Segovia, cuando late, lo hace en el Acueducto, donde a sus pies la ciudad vive con intensidad. Lleva tantos siglos entre nosotros que los segovianos nos acercamos a él sin reparar por un instante en su poderosa presencia. Se ha convertido en un sujeto casi invisible, ya no nos asombra: forma parte de lo que somos. Aunque seamos conscientes de ello, son los foráneos con su admiración quienes nos recuerdan cada día que esta vieja construcción romana es uno de los más portentosos ejemplos de la cultura occidental.