Una cigüeña blanca se posó en uno de los bellos pináculos góticos del antiguo Convento de Santa Cruz la Real. Con precisión de acróbata, giró lentamente sobre el reducido espacio de piedra y comenzó un incesante y agudo castañeteo de su pico, que afortunadamente duro solo unos minutos. Parecía saludarnos; después, se mantuvo inmóvil durante bastante rato. Me gusta pensar que lo hace para protegernos.

24 junio, 2015